Los perseguidores están gradualmente ganando terreno. William cree en la importancia del tiempo para esta persecución y lucha. Los seguidores deben alcanzarle exactamente en el momento correcto. Él no debe dejarles demasiado atrás, o dejar que se acerquen tanto como para que pudieran empezar a gritarle.
William piensa en lo fácil que sería dejarles atrás. Él podía moverse más rápido y encaminarse hacia un terreno donde las vacas no pudieran seguirle. Pero si no los termina aquí en la meseta, ellos se quedarán alrededor siendo un peligro para él o los demás. Y él podría también luchar contra ellos en la biblioteca la semana siguiente. Él continúa moviéndose despacio para que le puedan seguir.
Finalmente llega a la colina hacia la que se había estado dirigiendo todo el día. Se mueve por la última colina despacio y se queda fuera de la vista. Gateando hacia delante, mira hacia abajo donde los bandidos tenían su campamento. Afortunadamente, aún están allí. Están vagueando mientras la luz se apaga. Su botín está extendido por el suelo del campamento. Bien, ellos no querrán huir y dejar todas sus propiedades a los hombres de Yang.
William se esconde entre los arbustos mientras espera. Un poco tiempo después, las primeras vacas de los hombres de Yang llegan a la cima a sólo unos metros de distancia. Se pone de pie y empieza a bajar hacia el valle donde están los bandidos. Los hombres montados le divisan y hacen que las vacas galopen hacia él. William acelera y se dirige directamente hacia el campamento a varios metros delante de él.
Los siguientes acontecimientos suceden muy rápidos. William aún tiene su espada colgada de la espalda. Los sorprendidos bandidos agarran sus espadas y se levantan de modo desorganizado. Las vacas se están moviendo a casi treinta kilómetros por hora y no le estaban dando a casi nadie tiempo para reaccionar antes de que estuvieran en el campamento. William puede ver la lógica de usar vacas como tropas montadas. Da mucho miedo ver a animales de mil kilos de peso cargando contra ti tan rápido.
William adelanta corriendo a los bandidos antes de que piensen en atacarle. Se detiene justo al pasar el campamento y se gira para observar la acción. Una pelea confusa y loca empieza en el campamento. Los bandidos, aunque sorprendidos, aparentemente tienen toda una vida de prepararse y participarse en batallas con espadas. Los hombres de Yang, aunque están entrenados para usar espadas, no son soldados naturales y no son rival para los bandidos. Los hombres montados tardan un tiempo valioso en bajarse de las vacas y liberar sus espadas.
Los bandidos trabajan juntos como un equipo y atacan a cada uno de los hombres montados mientras intentan desmontar. Cada uno de los hombres de Yang es derrotado en unos instantes. Tras un breve momento de lucha furiosa, sólo seis hombres quedan de pie. Dos de los bandidos se encara a Sampson y dos encaran al último de sus hombres. Agresivamente, Sampson ataca a los dos hombres encarándole, intentando comprar una oportunidad para el único hombre que quedaba. Con unos cuantos golpes, el último del grupo de Yang cae y sólo Sampson permanece contra cuatro bandidos.
Sampson intensifica su ataque contra los dos que le encaran para poder eliminarles antes de que los otros dos se acerquen. Es capaz de desarmar y mutilar a los dos con los que se enfrenta rápidamente. A continuación se enfrenta a los otros dos. Le lleva más tiempo, pero mientras la oscuridad les acecha, nadie está de pie en el claro a excepción de Sampson.
William camina hacia delante mientras desenvaina su espada. “Sampson, te permitiré que vivas,” dice mientras se acerca a Sampson. Sampson está respirando pesadamente tras su supremo esfuerzo de abatir a cuatro bandidos. “Todo lo que tienes que hacer es abandonar tu espada y prometer dejar la región.”
“Eres un idiota, explorador,” dice Sampson, cansado. “Las palabras no significan nada. He venido aquí para matarte, y ahora ya no puedes escapar.”
William sacude la cabeza tristemente y ataca sin más palabras. Sampson coloca su ensangrentada espada en posición de guardia y William sigue atacando.
“Vas a morir hoy,” grita Sampson. “¿Cómo te hace sentir eso? Tu vida terminará y nadie sabrá siquiera donde se pudre tu cuerpo. Yo aprendí lo que estás a punto de aprender. Aprendí que no sabemos nada del mundo. No hay razón para luchar por los demás. Nadie aprecia lo que hacemos. Mientras mueres, verás el sinsentido de la vida y el conocimiento.”
“Ahora voy tras la única cosa que importa. Estoy cuidando de mí mismo y no me importa nadie más,” continúa Sampson.
“Pobre Sampson,” responde William. “Eres tú quien ha desperdiciado tu vida. Cuidar sólo de ti mismo significa que te estás perdiendo lo mejor de la vida.”
William se coloca con su pie derecho ligeramente más adelantado que el izquierdo, los dos a la altura de los hombros. Su espada se mueve para atacar de frente. Sampson ataca hacia su abdomen. William ataca y se mueve hacia su derecha. Sampson ataca su cabeza y luego ataca más abajo. William lo bloquea y le ataca hacia un lado.
Sampson usa su fuerza de embite para intentar derrotar la guardia de William. Ahora William sólo tarda unos momentos en desarmar la guardia de Sampson para que su guardia vaya más y más abajo. Finalmente, William es capaz de darle una estocada y un chorro de sangre señala el fin de la lucha. Sampson cae de rodillas y hacia adelante sobre el polvo.
William camina de cuerpo en cuerpo para sumar los resultados. El olor es abrumador en el campamento. La sangre ha salpicado por todas partes, las entrañas de los hombres se han desparramado, y la orina y otros fluidos han cubierto el suelo. William empieza a recuperarse de su subidón de adrenalina y sus sentidos empiezan a volver a la normalidad.
Dos de los hombres de Yang están vivos y uno de los bandidos puede andar. William ayuda a los hombres heridos de Yang lo mejor que puede y les instruye a montar en sus vacas de vuelta a casa de su amo. Mientras se alejan, se gira hacia los bandidos vivos.
“Bueno, nos encontramos otra vez,” dice William.
“Me acuerdo de ti. Eres el explorador que se llevó las cabras,” dice débilmente. “Soy Joseph.”
“Joseph, me disculpo por maltratarte a ti y a tus amigos. Pero necesitaba ayuda y vosotros estabais aquí.”
“Puedes recompensarnos reuniendo sus placas por mí,” suplica con William. William sostiene en alto la placa que consiguió cuando Eleanora y él habían luchado contra los bandidos unos días antes.
“¿Te refieres a esto?” William se la enseña en la tenue luz. “Tiene inscrito el nombre Juan Ramirez.”
“Oh, ésa pertenece a Bruno.” Parece asombrado. “¿Está muerto?”
“Sí,” dice William, asintiendo con la cabeza.
“Dámela y haré que la reciba su pariente más cercano.”
“Tengo una idea mejor,” responde William. “Cogeré todas esas placas y tú puedes recuperarlas en el gran claro al sudoeste de la biblioteca regional. Reúnete conmigo el lunes al mediodía y te las devolveré. Es hora de que los bandidos se reincorporen a la sociedad. No tenéis que ser proscritos nunca más.”
“¿Por qué deberíamos fiarnos de ti?” Joseph le mira con esperanza.
“Ya no tenéis que ser proscritos. Confía en que haré lo que pueda para convencer a los líderes de que os readmitan en la sociedad. No más saqueos de granjas solitarias. No más lastimar a gente indefensa. Podéis trabajar de nuevo para defender a la gente y ayudarles a sobrevivir. Trae a todos tus amigos, tantos como puedas.”
“Vale, intentaré hacer que mi gente se reúna contigo.”
William le da las gracias y se aleja a zancadas hacia el oeste para volver a la biblioteca. Él piensa en las pérdidas de este viaje. Wilcox está muerta antes de que William verdaderamente tuviera tiempo de conocerla. La madre de Henrietta está muerta. Los bandidos y los luchadores de Yang están muertos. Tanta muerte en sólo unos cuantos días. Lo único bueno era que había conocido a Eleanora. Quizás podría verla de vuelta a la biblioteca. Sólo habían viajado juntos por poco tiempo, pero es suficiente para demostrarle que compartían muchos sueños y esperanzas.
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